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La vivienda en su estado original constaba de cuatro habitaciones, una con entrada independiente para el servicio, conectada con la cocina y separada del resto de las estancias. La transformación de la vivienda partía de la idea de generar un gran espacio central al que se vinculasen el resto de estancias.

Este espacio central es aquel que considerábamos el núcleo performativo, la sala social vacía y a la vez equipada alrededor de la cual el resto de estancias se concibiesen como estancias programadas fijas, conformando un perímetro funcional en torno a un espacio indefinido. Esta idea partía de la experiencia previa a través de la operación de agenciamiento provocado por el invasor externo que introdujimos en la casa de Chamberí. De esta manera, la introducción de un nuevo agente durante la obra provocaría la percepción multifuncional del espacio resultante.

Tal y como era pretendido, el espacio central vacío estaba ocupado parcialmente por todos los objetos necesarios para la ejecución del proyecto; sacos de arena de río, escaleras, carretillas, ladrillos, diversos instrumentos de pequeño tamaño y uso manual, una pequeña hormigonera eléctrica, rollos de aislante acústico, etc.

Podríamos reflexionar y asumir que el espacio que necesitaba de menos mano de obra era aquel donde era lógico realizar el acopio, pero ésto también revelaba que era el espacio que más iba transformándose a lo largo del proceso, pues la mera colocación de los objetos sin un orden aparente iba definiendo configuraciones espaciales cambiantes y recorridos mutables. Sin una reorganización de los mismos decidimos introducir al segundo invasor: la arquitecta y violinista Ana Riau, graduada en el Conservatorio Superior de Música de Madrid e integrante de la Orquesta de la Universidad Politécnica de Madrid.

El 6 de Febrero de 2022 citamos en una visita de obra rutinaria al cliente y a algunos invitados que se habían interesado en la anterior intervención para asistir a un concierto privado en su futuro domicilio en el que se interpretó el tango “Por una cabeza”, una de sus piezas más estimadas. La música que emanaba de las cuerdas frotadas por Ana recorriendo las paredes desnudas de aquel lugar en el que hasta entonces sólo había retumbado de percusiones y radiales no solamente vislumbraba las posibilidades de aquel centro performativo, sino que infundía una domesticidad particular sobre lo tosco y deshabitado.
La pulcritud del sonido del violín, acompañada por el sobrio y elegante traje elegido para la ocasión estratificaba una suerte de momento puntual como una capa más en el proceso continuo de transformación del espacio que sufren las ciudades con el paso del tiempo.

Como siempre indicó Miralles, tanto las vidas de los anteriores habitantes, como las nuevas capas de mortero sobre el suelo, como el tango de aquel domingo son exactamente lo mismo, capas superpuestas una tras otra que conforman la historia del lugar, todas ellas con la misma importancia, una sobre la otra.

La vivienda en su estado original constaba de cuatro habitaciones, una con entrada independiente para el servicio, conectada con la cocina y separada del resto de las estancias. La transformación de la vivienda partía de la idea de generar un gran espacio central al que se vinculasen el resto de estancias.

Este espacio central es aquel que considerábamos el núcleo performativo, la sala social vacía y a la vez equipada alrededor de la cual el resto de estancias se concibiesen como estancias programadas fijas, conformando un perímetro funcional en torno a un espacio indefinido. Esta idea partía de la experiencia previa a través de la operación de agenciamiento provocado por el invasor externo que introdujimos en la casa de Chamberí. De esta manera, la introducción de un nuevo agente durante la obra provocaría la percepción multifuncional del espacio resultante.

Tal y como era pretendido, el espacio central vacío estaba ocupado parcialmente por todos los objetos necesarios para la ejecución del proyecto; sacos de arena de río, escaleras, carretillas, ladrillos, diversos instrumentos de pequeño tamaño y uso manual, una pequeña hormigonera eléctrica, rollos de aislante acústico, etc.

Podríamos reflexionar y asumir que el espacio que necesitaba de menos mano de obra era aquel donde era lógico realizar el acopio, pero ésto también revelaba que era el espacio que más iba transformándose a lo largo del proceso, pues la mera colocación de los objetos sin un orden aparente iba definiendo configuraciones espaciales cambiantes y recorridos mutables. Sin una reorganización de los mismos decidimos introducir al segundo invasor: la arquitecta y violinista Ana Riau, graduada en el Conservatorio Superior de Música de Madrid e integrante de la Orquesta de la Universidad Politécnica de Madrid.

El 6 de Febrero de 2022 citamos en una visita de obra rutinaria al cliente y a algunos invitados que se habían interesado en la anterior intervención para asistir a un concierto privado en su futuro domicilio en el que se interpretó el tango “Por una cabeza”, una de sus piezas más estimadas. La música que emanaba de las cuerdas frotadas por Ana recorriendo las paredes desnudas de aquel lugar en el que hasta entonces sólo había retumbado de percusiones y radiales no solamente vislumbraba las posibilidades de aquel centro performativo, sino que infundía una domesticidad particular sobre lo tosco y deshabitado.
La pulcritud del sonido del violín, acompañada por el sobrio y elegante traje elegido para la ocasión estratificaba una suerte de momento puntual como una capa más en el proceso continuo de transformación del espacio que sufren las ciudades con el paso del tiempo.

Como siempre indicó Miralles, tanto las vidas de los anteriores habitantes, como las nuevas capas de mortero sobre el suelo, como el tango de aquel domingo son exactamente lo mismo, capas superpuestas una tras otra que conforman la historia del lugar, todas ellas con la misma importancia, una sobre la otra.

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